El diagnóstico de la esquizofrenia se realiza a través de la historia clínica del paciente, donde se reflejan tanto los antecedentes familiares como los acontecimientos sufridos por el paciente y los tratamientos prescritos, así como una entrevista a las personas que forman parte del entorno del paciente.
Se basa en criterios clínicos reforzados por pruebas psicométricas, neuropsicológicas y, en determinados casos y como complemento al diagnóstico, se emplean pruebas de neuroimagen.
Se requieren, por tanto y en base a las clasificaciones actuales, la presencia de:
- Síntomas positivos (delirios, alucinaciones).
- Síntomas negativos (aplanamiento afectivo, abulia-apatía, afectación de la atención).
- Desorganización del pensamiento, de la conducta y del lenguaje.
Estos síntomas deben existir durante al menos 6 meses, y no deberse a otras situaciones psicopatológicas o tóxicas.
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